"Cuando dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa,
procuro hacerla enseguida"
Pablo Picasso
¿Os ha pasado escuchar, o decir vosotros/as, respecto de ciertas regiones en África: "No tienen nada, pero son felices y están todo el día sonriendo..."?
No es nueva la creencia de que grupos y culturas que consideramos menos avanzados son el ideal de pureza y felicidad.
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, se dio en Europa una corriente denominada primitivismo, una fascinación por los pueblos con los que se estaba entrando en contacto debido a la colonización europea.
Los civilizados occidentales acuñaron el término primitivo para designar a las tribus de África, Sudamérica y Asia-Pacífico que consideraban bárbaras. La palabra sugiere que estas culturas y el arte que producían no habían evolucionado.
Pero ser primitivo no era algo negativo: se hizo una idealización sentimental y se hablaba de los nobles salvajes, que no habían sido corrompidos por la cultura occidental.
Paul Gauguin abandonó la decadencia europea, a su mujer y sus hijos, y se marchó a vivir a Tahití entre nativos (y nativas, que le interesaban más). Él decía tener intención de hacer arte inspirado en lo primitivo, aunque lo que más hizo fue difundir enfermedades de transmisión sexual.
Los que no abandonaron Francia entraron en contacto con las colonias francesas de África occidental a través de las telas, figuras talladas y objetos rituales que empezaban a llegar a París.
Un objeto muy popular eran las máscaras africanas de madera. Los artistas que vivían en París pensaban que estos objetos tallados en madera tenían una sencillez y una rotundidad que ellos no eran capaces de lograr, ya que sus impulsos primarios habían sido adiestrados por quienes les habían formado en arte.
Las máscaras impresionaron, entre otros, a Henri Matisse, que había dejado su carrera como abogado para dedicarse al arte.
Al estudiar las máscaras, Matisse se dio cuenta de que poseían una libertad de la que carecía el arte occidental. Pensaba, al igual que sus colegas, que habían sido creadas por mentes no corrompidas que aún conservaban al niño interior, que eran obras inocentes con una verdad profunda.
Mientras que a ellos les habían adoctrianado para aspirar a una belleza idealizada, aquellas tallas africanas presentaban malformaciones, su valor estaba en la capacidad simbólica. ¿Qué pasaría si ellos hicieran lo mismo? ¿Qué pasaría si se liberaran del naturalismo (representación de la naturaleza tal y como se ve) y pintaran cuadros que permitieran expresar mejor sus temas?
Matisse, André Derain y Maurice de Vlaminck se pusieron a trabajar. En su pintura dieron relevancia al color, a la línea y a la expresión emocional, por encima de la representación fiel de la realidad.
Decidieron presentar sus obras en el Salón de Otoño de 1905 y no gustaron. Un crítico francés dijo que habían sido producidas por les fauves ("los animales salvajes"). Este comentario despectivo dio ímpetu y nombre a un nuevo movimiento artístico: el fauvismo.
En la misma época, vivía también en París Pablo Picasso, que era una estrella de la vanguardia. Matisse y Picasso se trataban con cordialidad pero internamente mantenían una competencia feroz, trataban de no perder de vista lo que hacía el otro y reconocían en privado estar en una lucha por ver cuál de los dos se llevaba el título de mejor artista vivo.
Cuando Picasso vio la pintura fauvista de Matisse Mujer con sombrero (foto más arriba), contestó con el Retrato de Gertrude Stein:
Un día coincidieron de copas los dos artistas y Matisse enseñó a Picasso una escultura africana que llevaba en el abrigo. Era una cabeza en madera de un negro. Matisse le comentó que le recordaba al arte egipcio en la línea y la forma.
Con esa talla de madera, Picasso tuvo una revelación: "esto es lo que el arte debe transmitir". Después fue al Museo Etnográfico de París para ver la colección de máscaras africanas.
El encuentro de Picasso con las máscaras provocó uno de los cambios más profundos de toda la historia del arte. Más tarde afirmó que cuando vio las máscaras comprendió por qué era pintor y añadió: "ese día (en el Museo Etnográfico) debió inspirarme Las señoritas de Aviñón".
Si observamos Las señoritas de Aviñón podemos ver que no hay intención de imitar la realidad, las cabezas de las dos mujeres de la derecha han sido sustituidas por máscaras africanas. La que está más a la izquierda es una estatua egipcia.
Muchos artistas y teóricos consideran este cuadro la obra de arte más influyente de la historia. Las señoritas de Aviñón condujo al cubismo, que a su vez condujo al futurismo, al arte abstracto y a muchísimas cosas más. Pero esa es historia para otro día.
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